jueves, 7 de febrero de 2013

El desierto, esta tierra de apertura

En esta tierra de horizontes que no pueden verse, me atraviesa una extraña sensación de apertura.
Y esta inmensidad, que podría provocar el vértigo de no encontrar el rumbo de mis propios pasos, se torna un lugar donde el pensamiento descansa y el corazón se despierta de su letargo, donde se desdibujan los límites de lo que se mueve de piel para dentro. 
Un lugar que deja abiertas en mí muchas posibilidades,
un lugar que me transporta cada noche a otros tiempos y otras gentes.

Una nada que está llena,
un silencio que dice,
un cielo que cubre mucho más que esta tierra.


Las veredas ...

La gente mayor de Las Margaritas enseña a sus hijos e hijas, a través de esta metáfora, algunas cuestiones importantes para la vida.

Dicen que las veredas hay que recorrerlas cuando todavía existen, cuando el caminar de la gente las sigue haciendo transitables.
Porque cuando no se caminan se borran.
Porque se llenan de arbustos y cactus, que pinchan, que no nos permiten ver.
Porque intentar avanzar por ellas puede doler y se hace largo.
Porque, así, es más fácil perderse y es posible que nunca encontremos el camino adecuado para llegar al lugar deseado.

Esto lo escribí hace un tiempo, cuando visité el desierto de México con una amiga. Y, ahora, al re-escribirlo, me asalta el miedo a que la distancia logré desdibujar algunas veredas que deseo seguir transitando ...

Espero que los kilómetros no consigan separarnos en lo más profundo,
que nuestros caminos sigan encontrándose,
que podamos inventarnos atajos que acorten la distancia,
que el tiempo no consiga borrar las huellas que hemos ido dibujando en estos
años, para volver a encontrarnos, algún día, con sentido y con sentimiento ...

A veces, la distancia toma toda su dimensión y se hace grande,
tan grande como el Atlántico ...